Dos tazas de café sobre una mesa blanca enrejada que humean mezclando su aroma con el bucólico aire del atardecer.
Dos piernas, pie frente a pie, punta con punta, sin rozarse por miedo a desgastarse.
Dos manos extendidas sobre el mantel. Una línea fronteriza entre ellas y dos dedos índices que, como delincuentes, intentan franquearla.
Dos bocas fruncidas en un rictus de tensión, sellados por palabras hirientes que presionan tras sus labios.
Dos miradas: oscura una, luminosa la otra.
Dos polos opuestos que nunca se reconocerán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario