sábado, 24 de septiembre de 2011

Vida

Una luz blanca que le ciega la vista cuando eleva la cabeza buscando una explicación. 
Cuatro paredes que amplifican esa sensación de impotencia y el hiriente pitido de una vida que se ha escapado entre sus dedos. 

Sangre. Baña sus manos, su cara, su inmaculada bata blanca de ángel salvador. 

Carne abierta sobre la camilla. Inerte ya. Aún conserva algo de calor, recuerdo de su paso por este mundo de sentimientos encontrados. 

Corazón a la vista. Bombea falsamente entre sus guantes de látex en un desesperado intento por no convertirse en ángel exterminador. 
Inevitablemente resbala, ya no quiere dar aliento a ese cuerpo.

Aún cree en los milagros. Si cierra la puerta y le bloquea el paso ella no podrá entrar y arrastrar esa alma para empujarla a lo desconocido. 
Tarde. Ya la siente deslizándose entre el instrumental, jugueteando y burlándose de sus ansias de salvar vidas. 
Frío....y, después, se va. 

Ya sólo queda él en la habitación. La furia explota en su cabeza y se proyecta en sus manos que, como una manada de salvajes, arrasan con todo a su alrededor. 
Ruidos metálicos mezclados con lágrimas y gritos ahogados. 

Se deja caer y así, acurrucado, se abandona a un mundo en el que no existe el fracaso.


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