Un juego. Se abre el telón, aparece el gran maestro. Traje de chaqué, serio, elegante, refinado, seguro de sí mismo pues ahora jugamos en su terreno.
Se apagan las grandes lámparas del teatro y sólo queda una tenue luz que nos permite observar y deleitarnos con la imponente figura del director de este juego....nuestro juego.
Música en "on"...... y comienza el espectáculo.
Rojo. Solo ves un pañuelo rojo flotando entre sus manos, fantasmagórico pero a la vez siniestramente atrayente. El maestro juega y hace mil piruetas con él, se burla de nuestra ingenuidad y se aprovecha de nuestro ánimo, que se enciende ante lo misterioso e irreal.
Sus movimientos se fusionan con los compases de la música. Parece que esa canción está exclusivamente creada por y para él.
El pañuelo aparece y desaparece ante tus ojos y sientes como, al mismo ritmo, a ellos van y vienen las lágrimas que antes fueron secadas con ese mismo trozo de tela color de sangre. Son lágrimas de alegría, frustación, añoranza y tristeza.
Desearías reclamarlas, pero ya no son tuyas, están a merced del gran mago de este juego, un cazador de lágrimas cristalinas, que se divierte con ellas a su antojo causando tu sufrimiento, hasta que, por fin, la música va bajando de intensidad y... ¡Magia!
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