martes, 17 de enero de 2012

Hambre

Y si cierro los ojos la oscuridad ya no me deja descansar.
En la noche las horas de sueños tranquilos y apacibles desaparecen. 
Amanezco con las sábanas sucias amontonadas al pie de la cama tal y como cuando tú dormías entre ellas dejando un olor que aún perdura, incapaz de desaparecer. 

Necesito respirar, introducirlo en lo más hondo de mi ser para encontrar sosiego.
Acariciarlas es como recorrer con mis manos tu sinuoso cuerpo, tan suave y apetecible como la fruta madura cuyo jugo al aplastar entre los labios estalla en un sinfin de sensaciones. 

El hambre de tí me consume dejando mi figura famélica y angulosa. Quema mi piel con el recuerdo del roce de tus labios abriéndose al juego húmedo y retorcido, transformándome en la bestia que no dejaba ni una esquina de tu cuerpo sin dañar.

El gemido indefenso era un deleite para mis oídos, una elevación de mi ego y mi única recompensa. En ella me regodeaba buscando nuevas formas porque ya nada me bastaba. 

Tú eras mi único alimento. 
Sólo tú me dabas de beber. 
Ahora me consumo y poco a poco desaparezco. 

Vuelve y hazme resurgir como el amante ebrio de tu sabor. Como la mirada enloquecida y el tacto ansioso que no dejarán ni un rincón sin explorar de nuevo. 

Vuelve y permite que te consuma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario