viernes, 14 de octubre de 2011

Burbujas de amor

Avenida Océano Atlántico, esquina con Mar Cantábrico, pecera número 17:

Suciedad por cada rincón, olor a abandono y podedumbre. Unas escaleras ya ajadas y a punto de desmoronarse llevan a tu escondite.
Allí, en un un cuartucho diminuto y sin apenas luz ni ventilación te aislas de la realidad.

Sueñas con ser el pez que canta Juan Luis Guerra para poder salir de esa pecera y conocer otra más grande donde aletear libremente y, quien sabe, quizás poder saciar tu locura mojada en una pasión y amor que aún no llegan. 

¿Amor? No es el que entra por tu puerta cada noche cargado con fajos de billetes y que deja una mísera parte en tu cajón. No es el que te arranca la ropa a tirones con asquerosa lujuria y lascivia en la cara. 
Ese solo es el acto mecánico que simula amor entre dos cuerpos unidos momentáneamente para saciar una necesidad física masculina. 

Pero... ¿Y tus necesidades? En esta mohosa pecera no tienen lugar.

Y ahí te quedas. Tumbada en la cama, abierta para dar la fría bienvenida al siguiente pez. 

Algún día te quedarás sin agua.

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